A principios del siglo XX el teatro español continúa estancado en fórmulas decimonónicas, ignorando la renovación emprendida en otros países europeos por directores y dramaturgos como Stanislavski, Gordon Craig, Antoine, Chejov o Pirandello. Sigue siendo un teatro destinado a la burguesía, ofrecido por compañías de grandes actores y actrices que complacen las exigencias de este público.